La costumbre de vivir con la herida hace que muchas veces estemos profundizándola más y, sin darnos cuenta, persistir en mecanismos que solo la alimentan y la consolidan.

Hace mucho que estudio el impacto de las heridas emocionales en la vida de las personas, empezando por mí.

Me he enfocado durante muchos años en este tema con la finalidad de poder entender mis propias experiencias, aquellas que me han marcado indiscutiblemente, y que se proyectan luego en pensamientos, sentimientos, emociones, acciones y energía de vida, frecuencia de sintonía. Una red sofisticada y al mismo tiempo compleja, impredecible e inteligente que se va diversificando y pronunciando en su propia complejidad.

Las heridas emocionales suelen convertirse en aprendizajes tan arraigados, sistemas de creencias tan aferrados que, posteriormente no sabemos cómo es, cuál es su fuente y hacia dónde se proyecta.

Una herida nace para ser confrontada o ser evitada, para crecer o someternos a ella, para aprender y conformar nuestro patrón de resiliencia o para caer siempre en el mismo bache.

Cuando una herida surge y se inicia el camino de la negación, represión, evitación o traslación a otros, nos alejamos mucho de poder dialogar con ella y relacionarnos con su profundo y sutil libro de vida. De lo contrario, cuando la sentamos frente a nosotros para hablar, podemos entenderla y saber cómo entrelaza su sistema, articula los miedos y programa las reacciones y fallidos que tenemos.

¿Por qué preguntarnos sobre la herida?

Porque es ella la que se apodera de nosotros y de nuestra forma de ver y sentir el mundo y, por consecuencia, de relacionarnos con él. Las heridas atrapan los sueños y nos convierten en sus marionetas.

En una ocasión, una mujer estaba tan atrapada por los sentimientos de injusticia, las ideas de que alguien estaba siempre sacando ventaja o defraudándola que se desactivó en el cómo ser amorosa con ella y con los demás. El simple hecho de pensar y sentir que podía perder, ser timada, ser engañada o ser tratada inequitativamente la apartó de todo tipo de relación, manteniéndola sólo en aquellas que le representaban seguridad o, que repetían su herida.

Huyó de la vida a través del túnel del miedo y del control. Lo que no podía controlar la lastimaba mucho, en su mente podía ser sometida a una injusticia. Cuando se acercaba a alguna imagen de injusticia en sus ideas, directamente reaccionaba de forma agresiva.

En sus limitadas interacciones todo era prohibiciones, manipulaciones e influencia sobre su entorno afectivo para que ellos tampoco realizaran o hicieran algo que activaran sus miedos o desafiaran su control.

Finalmente, se quedó con un limitado esquema de emociones y conductas, mucho de lo que cuidarse y un sinfín de angustias y sobrecargas emocionales. Se desdibujó para entregarse al control de todo y perdió su control.

Enfrentar sus heridas emocionales de la injusticia, la falta de atención que se deriva de ello y la postergación, es lo que no ha permitido que ella vuele y emprenda su autoaprobación y elecciones libres.

¡Cuántas veces estamos aturdidos por estas situaciones que escapan a nuestra conciencia! Situaciones que nos persiguen como sombra y que nos da mucho estrés y ansiedad poder tomarlas para estudiarlas.

La liberación viene de poder salir de este círculo de repetición de la herida y de autoprovocarnos este dolor una y otra vez. Porque no solo hemos aprendido a esconderlo, sino que lo aplicamos cuando dejamos de amarnos, de ser y hacer lo que queremos. Incluso hay mecanismos tan grandes, que dejamos de preguntarnos quién soy y qué quiero para mi vida.

Singularmente, creo que hay que dejarse vencer por la herida original. Decirle ganaste. Aceptar que nos derrotó, nos afectó y no tiene nada bueno que ofrecernos. Es de la única forma clara que vamos a poder salir de ella, adquiriendo el poder a partir de reconocernos vencidos. Empezar a ganar a partir de levantarnos, aprender y desactivarla.

Me amo tanto que sobre las ruinas y sin necesidad de corregir a quienes provocaron esta herida, sino de reinventarme con claridad y honestidad a mí mismo, es como voy a salir de este nudo.

Volver a mi es tomar el dolor como trampolín. Claro, hay cosas que no se pueden aprender solos, y es por ello que podemos contar con el apoyo de alguien que sepa, claramente, cómo ayudarte a construir con los recursos que la inteligencia emocional nos da.