Si no podemos vernos a nosotros mismos, con dificultad vamos a poder ver al otro. Si no sanamos nosotros mismos, con dificultad podremos inspirar a los otros en su propio crecimiento, desarrollo o sanación.

Los niños son esponjas emocionales. Construyen su fortaleza o debilidad de acuerdo a lo que los papás enseñan, experimentan, afrontan o cómo dan respuestas a sus propias vidas.

Los niños reaccionan desde la indefensión de una madurez en construcción limitada. La famosa frase los “chicos son muy inteligentes” choca con la realidad de que, por más inteligencia que tengan, escasean de experiencias y construcciones emocionales para afrontar ciertos dilemas. Lo interesante aquí es destacar que los adultos que se esconden detrás de esta frase, a veces no quieren ver la realidad consciente de que sus niños están aprendiendo y ese aprendizaje es el que les permitirá ser adultos con madurez mental y emocional.

Los papás y mamás que promueven o apuntalan la fortaleza emocional a sus hijas e hijos, son aquellos que han podido encontrar su propia fortaleza y autoconocimiento. Que no son rivales de sus hijos sino autoridades emocionales que les llevan de la mano a un desarrollo equilibrado de sus vidas.

Nadie nace sabiendo

La sabiduría se logra cuando hay conciencia de que ser sabio es una eterna edificación a partir del autoconocimiento. Se nace para crecer y madurar, no para tenerlo todo controlado y creer que no hace falta ningún proceso.

Por la crianza propia, muchos adultos no tienen tampoco la madurez o la orientación emocional para legar a los que siguen. Hay una gran porción de adultos que ni siquiera se lo preguntan, una que deciden ignorarlo y una menor que sí buscan más conexiones inteligentes en su realidad interna, para aportar un mejor pronóstico que el que ellos mismos tuvieron.

Lo importante es saber que todo se aprende, incluso a salir de la secuela emocional de una crianza que no ha ayudado a alguien a ser emocionalmente equilibrado y hoy se encuentra en la realidad de ser padre. Y se aprende por uno y por los que vienen, para dejar un terreno fértil donde crezca, sana y sosteniblemente, un ser feliz.

El mayor compromiso que tenemos es poder dejar estabilidad emocional a una persona, esa es la educación principal que debemos considerar, aunque esto conlleve reeducarnos a nosotros mismos.

El rival más débil

De manera inconsciente e involuntaria, muchas veces los adultos no comprenden que los niños son el rival más débil y que la autoridad o posición de poder de un adulto frente a la inmadurez hace que estos estén en estado de indefensión. Por otro lado, también quiero destacar que esta posición puede ser amenazante en términos psicológicos y ser promotora de muchos de los grandes traumas y trastornos infantiles que se llevan hasta ser grandes.

La vorágine de la vida hace que no se piensen o hagan conscientes muchas cosas. Siempre digo que es mejor tener una buena estrategia que corregir o sanar toda una vida. Tener una estrategia implica tener conocimiento de que hay cuestiones que mejorar y responsabilidad que afrontar frente a las nuevas generaciones.

Humildad para sanar

La fortaleza emocional surge cuando los más grandes no son perfectos ni tampoco están graduados de la vida. Cuando pueden ser vulnerables y plenamente conscientes de que tienen un mundo interno que conocer, con la humildad de saber que mucho de eso que conozcan tendrán que sanar o reaprender.

Cuando un adulto entiende que sus hijos no son rivales a quienes imponerles, limitar o un ejercito para adiestrar, abren la puerta a una mayor eficiencia en la crianza que redunda en madurez, desarrollo y fortaleza.

Es importante que un adulto conozca su amplio y multiforme sistema emocional, que sepa cuáles son sus heridas y se relacione con ellas para no transmitirlas consciente o inconscientemente. Porque las heridas de los padres dejan huellas en sus hijos. Porque estas huellas no son tan obvias y fáciles de observar -generalmente-.

Las heridas condicionan, revisarlas tendrá siempre un impacto positivo propiciando en una crianza “descondicionada”.

Quedan las emociones

La causa más convencional por la que llegamos a decir “son inteligentes, son grandes, ellos se manejan solos”, acerca de los niños y adolescentes, es porque el adulto construye un pensamiento que lo aparte de la sensibilidad de ver al otro a través de la emoción. Cuando el adulto tiende a racionalizar el proceso de maduración de un niño es porque no lo comprende emocionalmente y porque a sí mismo no puede verse en el espejo de su cuerpo emocional.

Otra de las causas es que esta inteligencia no la experimenta en su propia piel y sólo ha aprendido a refugiarse en lo cognitivo. Aunque tarde o temprano las emociones no sanadas pasan su factura, hay adultos que creen que esa parte es irrelevante o hasta una condición inferior de la persona.

La inteligencia emocional no sólo es superior, sino que marca la pauta  hasta dónde se puede llegar con su intelecto, en términos de utilidad y desarrollo. La gestión de lo emocional acerca a los padres con sus hijos y los hace seres confiables, seguros y falibles, los humaniza. Los niños que ven llorar a sus padres dentro de un contexto de vulnerabilidad (no de desborde)  creen en sus sistemas emocionales y esto los fortalece. Los niños que perciben a sus padres perfectos e infalibles, se sienten menos, insuficientes, reprimen su verdadero ser y ajustan la personalidad con base en el miedo. A veces se sienten humillados anulando su emocionalidad, la cual sienten que no pueden compartir con sus progenitores.

Esta es la base de la fortaleza emocional, ser conscientes que la esfera emocional es el eje de cualquier inteligencia que quiera desarrollar la persona; que construye plasticidad neuronal y riqueza afectiva,  y orienta en todos los aspectos de la persona, del ser y de la vida. Que los niños son flexibles a aprender, entender, comprender y madurar, pero eso no se puede confundir con que nacieron maduros. Que cualquier impacto que reciba es una marca -positiva o negativa- que se graba y se reproduce de miles diversas maneras, en la edad adulta. Que el autoconocimiento es un acto de extrema belleza, conciencia y humildad. Que vernos como legado nos hace replantearnos nuestra interacción hacia dentro y hacia afuera.

Los adultos de hoy podemos revisar nuestra crianza y volver a criarnos con inteligencia emocional con nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Nunca es tarde, siempre el autoconocimiento nos hace estar a tiempo y en sintonía con la vida.

Namaste.