Los seres humanos estamos inmersos en una urgencia permanente que no nos deja pensar claro y crear claramente. Vivimos enfocados sólo en la debilidad del ego; causa y efecto de esta desesperación.

El origen de nuestro sentido de urgencia está dado por la cantidad de estímulos a los que estamos expuestos y la baja disponibilidad de nuestro tiempo a sentir nuestra propia información que proviene de la sensación recibida a través de nuestros sentidos.

Esto es simple de entender; si vivimos en la exuberancia y sobre estimulación de la superficie, nos olvidamos de lo que sucede en el fondo.

Cuando era pequeño, había un dicho muy práctico y didáctico en mi familia: “no hagan olas”. Significaba esto que si revolvíamos la superficie nos agitaríamos en los estímulos (por ejemplo, problemas, experiencias, vivencias, conflictos emocionales, etc.) y nos olvidaríamos o abstraeríamos de lo importante, de lo que realmente nos sostienes.

Quizás este dicho no tenía este significado complejo, pero sí demostraba que si te distraes en lo insignificante, te perturbas en lo importante.

Las personas estamos en este dilema. Lo intrascendente, la realidad imaginaria, creada con ilusión y egoísmo colectivamente, nos hace perdernos el enfoque en nuestra mente, emociones, cuerpo y logros del ser.

La apariencia de las cosas le gana a la esencia de las cosas, incluidos nosotros mismos. El caos mental de la sobreexposición de estímulos provoca una gran alteración en la percepción. Es decir, si la percepción como facultad cognitiva está aturdida, sobre informada por los sentidos y saturada en su mecanismo, lo que pasa a la realidad del cerebro es una velocidad de procesos que no le permite utilizarla para ordenas, evaluar, analizar, reflexionar y dar una respuesta coherente.

¿A quién tiene que darle la respuesta? Es aquí una gran disyuntiva. Hoy nuestro cerebro -tal como lo usamos y lo desconocemos- da la respuesta a la adaptación necesaria para el entorno generador alocado de estímulos. La falla es que nuestro sistema (percepción, atención, memoria, pensamiento, aprendizaje) no crea el puente “consciente” para dar respuesta al individuo, por lo cual las respuestas que se dan pueden adaptarnos mayormente, pero no representarnos en el fondo.

Si no hay unión entre lo que respondemos y lo que nos respondemos, hay lo que llamaría una disrupción entre el interno y el externo que nos hace vivir en la desesperación de “atinarle” fortuitamente a esta unión por momentos y, al mismo tiempo, la urgencia de seguir con el siguiente estímulo y procesarlo.

¿Cómo superar el abismo?

La conciencia plena como resultante de la observación, la percepción y la atención a los estímulos que estamos dispuestos a ingresar a nuestro sistema mente-emociones-cuerpo-espíritu, es clave.

La pregunta inicial para comenzar a desandar el camino que seguimos, es ¿cuáles son los estímulos que debo tomar? ¿qué información es la que construye y me da respuesta a mi y a mi crecimiento? ¿qué tomo de lo externo y qué desecho para poder crear una vida consistente?

Estas preguntas comienzan a cambiar la orientación de la mente porque es precisamente el puente consciente interno-externo. Para poder respondernos, es clave que podamos tener tranquilidad mental, estar en nuestra conciencia plena y en el máximo de concentración y atención a nuestros movimientos internos y procesos adaptativos.

Sólo quien transita el camino del autoconocimiento puede perfeccionar la preguntar y generar la respuesta.

Lo que sucede hoy es que la nube nos controla y nos señala las preguntas y al mismo tiempo las respuestas y nos da más y más estímulos para descifrar y con ellos más y más aturdimiento para revolvernos en las olas y no llegar a lo profundo de nuestro ser donde elijamos y decidamos.

Claves para la superación de esta desesperación y la construcción de un puente consciente entre uno con uno, uno con el entorno:

  • Entender que nadie tiene la culpa de esto. Que no hay un plan organizada sino que se trata de un mundo y un colectivo que construimos entre todo. Esto es lo más importante para que cada quién entienda que su vida es su responsabilidad. La responsabilidad personal es la única que puede romper este sistema, el bucle en el que estamos inmersos.
  • Vocación por la conciencia plena para ser profundos y conocernos más.
  • La respuesta adaptada, principalmente, tiene que reconfortarte a ti.
  • Si te reconforta pero no encaja en donde estabas, replantear si el lugar de uno en la vida es lo más sano.
  • Vuelta a la caverna. Volver al silencio más horas que las que le dedicas a los estímulos. La caverna es -metafóricamente- tu lugar de discernimiento, de reflexión y elaboración.
  • Saber que la mente humana es tecnológicamente y científicamente un laboratorio sofisticado en donde se dan múltiples procesos y, como todo laboratorio, cuando más objetivo sea, más claramente se obtienen los hallazgos y el conocimiento.
  • Cambios cognitivos. Estas acciones nos llevan a generar nuevos y grandes aprendizajes necesarios para cambiar.
  • Comprender que esto es algo que se da natural, sin complejidades. Todo tiene que sustentarse en cambios de hábitos. Silencio: tiempo de conciencia plena, estado presente, observación, comprensión y elección de lo que vamos a incorporar atentamente. Es bueno decir “esto no es para mi” y dejarlo.
  • El monje camina en la simpleza. La simpleza ha sido asociada con falta de inteligencia. Sin embargo, la simpleza es usar pocos elementos, singulares y objetivos, para enfrentar una complejidad. Mi fórmula es: si algo se presenta complejo, uso herramientas sencillas y pocos pasos para comprenderlo. Hacernos la vida más simple requiere menos estímulos y desechar lo que no nos hace bien. Esa vida es más inteligente.

Por julio Diez Testa

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