Recuerdo que siempre tenía miedo a los payasos y las personas disfrazadas. Tuve mucho miedo en mi infancia por no saber qué había detrás de un disfraz. Con el paso del tiempo fui aceptando ese miedo y haciendo consciente que tenía miedo y me lo podía decir a mi mismo. Quizás ese fue el primer paso para dejar de tenerlo. Entrada en mi adolescencia y aún en mi juventud universitaria, prefería que no hubiera máscaras, ni disfraces, ni nada que exhibiera una cara diferente a la que originalmente es.
Ese miedo perturbador lo sentía en el estómago en mi infancia. La sensación era que iba a colapsar mi barriga y que mi apéndice iba a estallar. Identificaba el miedo en esa zona del cuerpo. El apéndice en sí es el hogar de bacterias sanas para el aparato digestivo y regula las bacterias saludables de la flora intestinal, pero si revienta pone en riesgo la vida.
El dolor era generalizado y, en ocasiones, tenía fiebre.
Me pasaba frente a las máscaras, ocurría en las reuniones familiares, lo sentía cuando llegaban visitas.
Ese miedo se conectaba con otras situaciones que lo reflejaban, entonces, sentía lo mismo si iba a una fiesta escolar, a una celebración de 15 años de mis amigas o a una tertulia o salida de bailongo.
Más tarde, ese miedo se conectó con otros momentos y tuve miedo cuando concurrí a la primera disco gay, cuando tuve mi primera entrevista de trabajo o cuando en una ocasión estaba preparando mi viaje a México y casi caigo con el diagnóstico de abdomen duro en un hospital privado de Buenos Aires.
Por supuesto que hubieron más eventos encadenados a estos en todas las etapas de mi vida. Hasta que acepté que tenía miedo a lo que estaba oculto, a descubrir, a contar una verdad que a veces me infundían de temor y la disimulaba o callaba.
Callar y no aceptar que uno tiene miedo hace que el monstruo crezca hasta devorarnos.
No fue fácil gestionar el miedo pero con el tiempo aprendí que esos momentos son inolvidables y es lo que más me agradezco; de mi para mi. Al gestionar el miedo que me embargaba consolidé una verdad conmigo, una relación franca y fui aprendiendo sobre la marcha. Así es la vida en conciencia, una vez que recorriste un camino y aseguraste un aprendizaje para ti, sabes que cuentas con esa capacidad desarrollada y ese poder.
¿Cómo lo gestione?
Pura intuición. Hoy conocimientos teóricos, empíricos y pura intuición. No la he dejado de lado en absoluto.
Muchos años después, de lleno en el mundo del desarrollo personal pude descubrir que esa intuición me marcó un camino que lo fui apuntalando con libros, cursos, observación, reflexión, meditación y terapia. E intuición.
Así fue tejiendo el entramado de mis miedos. Justamente mis grandes bloqueos y sensaciones físicas me llevaron a darme cuenta que se conectaban con profundos shock emocionales desde mi más tierna infancia, esos que no había podido elaborar por faltas de herramientas y a los cuales no había podido adaptarme sanamente, sino a través de inhibir, cohibir, reprimir u olvidar.
Pero cuando uno hace esto, en realidad suceden dos cosas: evade y se desvía de sí mismo, de su ser, su misión y propósito de vida.
Cuando estas alejado comienzas a sufrir y hay miedo por todos lados. El mecanismo se reajusta y sofistica.
Callar y disfrazar
Si callar y disfrazar la realidad intrafamiliar era la forma de vivir, qué podía hacer conmigo mismo en ese contexto. Callar y disfrazar. ¿Tenía entonces miedo a las máscaras y los payasos? No, tenía miedo a que yo mismo dejara de ponerme un traje y quedara al descubierto.
Fueron años de buscar soluciones que me disfrazaban más pero no me permitían ser quien soy. Años de mantener un rol, un carácter, una forma y un silencio. Mucho tiempo de tener miedo y disgustarme con todo lo que ponía en riesgo aquello que estaba cuidando tanto que no se viera de mi, se notara o se supiera.
Hasta que un día esa memoria dormida me puso entre la espada y la pared, casi contra mi propia vida, al borde del abismo.
Ese día tuve que enfrentar al miedo y aceptarlo. Verle el rostro. Entender sus causas y sus repercusiones en mi mente, cuerpo y emociones.
Ese mismo día que me definí entre el miedo o yo, entre la máscara o la verdad, volví a nacer.
Ya no me duele el cuerpo, hace miles de años que no tengo fiebre y el abdomen se fue relajando con el transcurso del tiempo. Hago un ejercicio de amor con el por todo lo que me enseñó, lo acaricio y le doy calor todos los días a veces por espacio de media hora.
Y la cosecha no se acaba
Lo más inteligente que aprendí es que el cuerpo tiene miedo también. Que la biología se expresa y tiene voz. Que cualquier susurro o grito que nuestro sistema produzca nos lleva a una raíz emocional. Hay que conocerla siempre para vivir bien y avanzar.
Namaste.
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